jueves, 31 de mayo de 2012


a F. C.

Concluí bajo el brillo las ganas de volver a mí.

Creí buscarme y me alejaba.

Dimití frente al mar.

Me extraño,
este nuevo sol me hace extrañeza.

Quizás (como siempre no del todo nada, ¡por suerte!),
los huesos culturales me duelan.

Quizás el ser (como siempre, ¡qué bueno!).

Me extrañaba,
este retorno no  me contesta nada y me calma.

La maternal poesía,
o la novia que aguarda,
sigue bajo el mismo árbol de la plaza.

martes, 6 de marzo de 2012

Aperire

En abril se abre la puerta. Los calendarios insistirán en mentir, como acostumbran. Las madres taparán orejas y proferirán quescándalos.

Aun así, se abre la puerta en abril. E incluso me han dicho, y se viene sintiendo, que en marzo suben las persianas y se abren las ventanas.

Aunque a mi madre no le guste que lo diga (pero le encantaría oírselo decir al hijo del vecino) me muero de ganas de ver flamear esas cortinas.

En las hojas del cuaderno ya no me entran los renglones y a algunos amigos les rebalsan las violas de cuerdas mientras que a otros las paletas de pinceles.

Es que desbordamos y hay éste ánimo que se nos va no más de fiesta y sólo atinamos a seguirlo, sonriendo a través de los pasillos llenos de rejas.

Los jueves entran los camiones que traen pescado, pero yo ya ni les creo que sean jueves. Son más los días del pescado.

Las vecinas no dejan de insistir y mirarnos raro y aun más raro cuando les salimos con tales cuestiones y tan tranquilos, por sobre la cotidianeidad de las tazas de té o las ollas de estaño.

Pero como lo harían igual, por aquel gusto de señalar lo ajeno y fruncir los rostros, nos alegra que se vuelva más marcado. Capaz un día el gesto se les pega y frente a un espejo se develan.

Y mientras tanto no puede ser más cierto: en abril se abre la puerta y salimos todos. Unas manos que por mucho no pueden no ser las nuestras giran la manija y estamos todos afuera.

miércoles, 8 de febrero de 2012

Podemos llorar,
si.
Pero en nada va a ser cierto.
Será sólo otro revés de los miedos
para caer en la tentación de lo más idiota del romance.
Difrutemos,
hagamos un poco de arte,
no esperemos nada,
entreguémonos a todo
(y así quizás, sí, llorar un poquito).
Lo cierto
ya es cierto:
podés decir te encanto
y no podré más que afirmar y reir.
Podrá ser que seamos sólo lo títere del juego de una magia. Y entremos todos en su hechizo como en una lisergia dilatada. ¿Podrá ser que creamos el amor por todo o es que creamos el amor por todo?

Podrá ser que nos entreguemos. Y entonces seamos lo danzarín en la música del arte. No sea cosa de hilos que nos ríen de ironía, si no cosa del abrazo que nos dejan y encadenan las místicas viajeras.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Apocalipsis

Tenías las riendas del azar.
Bajo tu mano,

los rostros

los latidos


Estábamos llorando.
-¿Hacia qué oscuridad nos dirigimos,
de cuál color?
¿En qué sendero hacíamos nuestra muerte?
Estoy llorando.
-¡Estoy llorando!
Recuerdo. No recuerdo.
¿Con qué facilidad
bajo qué ensueño,
de cuál nitidez?
No eres dios…
(¡¿con qué riendas?!).
Habías revolucionado



Estábamos llorando.
¿En qué oscuridad estamos,
a cuál puerto tu galope nos ha hundido?
¿Por qué?
Recuerdo. No recuerdo.
No eres dios…
Estoy llorando.


Vos

fuiste la revolución
porque
cambiaste las posibilidades,
mataste las posibilidades.
No eras. No tenías palabra.
No eras…

¿Por qué
cambiaste las posibilidades,
mataste las posibilidades?
Sabemos…


Estábamos preguntándonos.
-¿Con qué coche nos llevan?
-¿Qué carruaje nos hace la muerte?
-¡Estamos llorando!
-¿Estamos llorando?
¿Cuál ensueño,
de cuál nitidez?


Nosotros

intentamos un movimiento:
matábamos tus caballos
o las herraduras nos masticaban.
Liquidarte
liquidarte
liquidarte.
Recuerdo. No recuerdo. Tu carcajada.
Estoy llorando.


Nosotros

quietos.
Es que tenías las riendas de los azares.
Estábamos llorando.

viernes, 28 de octubre de 2011

Del arte de querernos

Entonces toco, pero sobre los blancos y buscando con miedo los negros, y espero que del piano se componga esa música fascinante que lograba escucharte tararear entre sueños, entre bondis, entre duchas.
Y si me le animara a los negros, luego, quizás, podrías escucharme también en los ratos en que no estás pero igual nos sentimos cerca.
Ay, si un día te vas, ¿habré estado a tiempo? A tiempo de hacer sonar lo mío en lo tuyo para que te descubras cantándome.

viernes, 30 de septiembre de 2011

Lo empapado


De un momento a otro todo lo exterior está empapado. No sólo los elementos externos, todo lo exterior está empapado. El exterior mismo con los elementos que posee en el momento determinado en que sus características circunstanciales cambian y pasa a ser empapado.
Sé que de ser exterior estaría empapada, inexorablemente. Inexorablemente lo sé. Me gusta sentirlo, proyectarme.
De pronto caigo en la cuenta de los sujetos que sí son exteriores en el momento determinado en que las características circunstanciales del exterior cambian. Me pregunto qué será de ellos.


No me pregunto por qué no me pregunto qué será de mí. El exterior del interior está empapado, momentánea y malamente el interior permanece realmente puro hasta el momento en que las características circunstanciales del interior cambien y pase a ser mojado. Ya no empapado, para eso se precisará mucho más que el paso de un momento a otro.
No me proyecto en el momento en que el cambio de caracterización del interior se complete y entonces el interior sea empapado. No me doy cuenta que realmente pasará y que ésto, es sólo la manifiesta ignorancia, inocencia, inexperiencia que todo hombre manifiesta ante el diluvio.
Impensable, precisará mucho más que el paso de un momento a otro para anular las nociones de externo e interno, para abolir los límites, para eliminar lo externo y lo interno e incorporar solo y absoluto lo empapado. No me pregunto por qué no me pregunto qué será de mí.